Exiliados rusos reconstruyen su mundo en Turquía sin Putin
Saniya Galimova puso a su marido en el primer vuelo que salía de Rusia y empezó a empacar su vida.
En la pequeña librería que abrió desde entonces en Estambul, donde se alinean novelas rusas y ucranianas en las estanterías, la joven de 29 años recuerda el pánico que sintieron un año atrás.
"Cada día me pregunto si podré volver (a Rusia)", afirma, acurrucada en medio de los libros.
"Pero no mientras este régimen no caiga y la guerra continúe", agrega.
Saniya vivía en la república rusa de Tartaristán, en el centro de Rusia. Con su marido, su hija y su pequeño perro encontraron refugio a orillas del Bósforo.
Como ellos, cerca de un millón de rusos huyeron de su país tras el inicio de la invasión de Ucrania, el 24 de febrero de 2022. Muchos se dirigieron a exrepúblicas soviéticas o a Turquía, donde recrean "pequeñas Rusias".
Un siglo antes, los denominados rusos blancos que huían de la revolución bolchevique de 1917 ya habían hallado asilo en Estambul, entonces aún llamada Constantinopla.
En 2022, más de 150.000 rusos obtuvieron un permiso de residencia en Turquía, según cifras oficiales.
La mayoría eran jóvenes, a menudo con estudios universitarios, artistas o documentalistas que no tenían ninguna intención de ir a morir en las trincheras en Ucrania por una guerra que no entienden.
Saniya tampoco quería que su hija de 10 años creciese en esa Rusia: "Incluso los niños no pueden opinar. Se pondrían en peligro ellos y sus padres", explica.
- "Pagan en efectivo" -
Un año después de la guerra, la presencia rusa en Estambul y otras ciudades de la costa sur como Antalya, se ve por todas partes.
Pancartas redactadas en cirílico anuncian conciertos de rap ruso o brindan explicaciones para utilizar los transportes en común.
Otros hacen publicidad para bienes inmobiliarios.
En Estambul, Inzhu Mami, una kazaja de habla rusa de 25 años, se ha vuelto indispensable para su empleadora, una agente inmobiliaria de Esenyurt, un bario periférico donde se construyen muchas nuevos edificios.
"Cuando [los potenciales compradores] se dirigen a alguien que habla su idioma, se crea un vínculo", afirma la joven con una sonrisa.
Los rusos que ve desfilar Inzhu Mami buscan en su mayoría invertir su dinero en el dinámico mercado inmobiliario de Estambul.
Representan ahora 60% de la clientela, contra 5% antes de la guerra, según su responsable.
"En general, pagan en efectivo", precisa Gül Gül, la cofundadora de "Golden Sign", la agencia que emplea a Inzhu Mami.
- "Presunción de inocencia" -
Algunos de esos exiliados intentan recrear el mundo que dejaron atrás, abriendo café o lugares de encuentro como la librería de Saniya Galimova.
Alexandra Nikashina, por ejemplo, puso su talento de artista en un salón de tatuaje muy a la moda en Karakoy.
"Por supuesto que amo Rusia", dice la joven de 20 años con los antebrazos tatuados. "Pero la idea de estar allá me aterra", confiesa.
Oriunda de Samara (centro de Rusia), vivía desde hacía años en Moscú, donde frecuentaba artistas muy enfocados en su especialidad y despreocupados del mundo.
Pero la política terminó alcanzándola: ahora evita cuidadosamente hablar de la guerra con sus padres que se quedaron en Rusia.
"Nuestros puntos de vista son demasiados divergentes. Pero me di cuenta que la cosa que cuenta ahora es preservar lo que tengo -mi familia. No serviría de nada lanzarme en ese combate", explica.
A su compañero de apartamento, Igor Irbitsky, le ocurre algo similar.
"No hablo de política con mis amigos en Rusia", confía el grafista de 30 años. "Los rusos que conozco aquí son en general gente interesante. Adopto una presunción de inocencia con ellos".
- "El país cambió" -
Alexéi Vyatkin ve las cosas de una manera más sombría.
En el primer día de la guerra, el 24 de febrero, este productor de video de 36 años fue a la plaza central de San Petersburgo, su ciudad, con la esperanza de encontrar una multitud protestando.
Pero casi nadie se sumó a él.
"Quedé decepcionado de la gente", confiesa. Muchos de sus amigos se mostraron indiferentes ante la invasión, y algunos incluso la apoyaron.
"Se me volvió difícil hablarles", dice.
La idea de regresar un día a su país le parece lejana.
"Me fui de una ciudad. A la que volvería no sería la misma", asegura. "El país cambió".
M.Sullivanv--NG