Sergio Blanco, el dramaturgo de la autoficción que se volvió universal
Con una veintena de obras publicadas, y dos docenas actualmente en cartel en cuatro continentes, Sergio Blanco puede jactarse de que la autoficción, su marca registrada, lo volvió universal.
Nacido en Montevideo hace casi 52 años y residente en París desde hace tres décadas, Blanco es uno de los uruguayos más reconocidos fuera de fronteras.
"Sea en Seúl, Nueva Delhi, Chicago o Buenos Aires, todos queremos enamorarnos y le tenemos miedo a la muerte", dice Blanco a la AFP en Montevideo, donde estrenó "Tierra", un homenaje a su madre, Liliana Ayestarán, fallecida en 2022.
"Tierra", su obra más personal, se repondrá en abril en Uruguay, e irá luego a Argentina, Chile y España. Y para 2025 se prevé una gira por Europa y Asia.
Ganador dos veces del prestigioso Off West End Award en Londres, entre otros premios, Blanco es considerado uno de los dramaturgos contemporáneos en lengua española más representados, con casi un centenar de puestas en escena en todo el mundo.
"Tebas Land" (2012), su obra más interpretada, inspiró una parafernalia de productos en Corea del Sur, desde un perfume hasta churros. Centrada en el parricidio, está en negociaciones para ser llevada al cine en ese país, así como en Brasil e India. Al igual que "Tráfico" (2018), sobre un joven prostituto que se convierte en sicario, que también podría volverse una miniserie de Netflix en Colombia.
- "De la lágrima al diluvio" -
Blanco defiende la autoficción como género, lejos de verlo como egolatría o narcisismo.
"Hablo de mí porque todo lo que tengo para dar es mi yo. Parto de mi lágrima para hablar del diluvio", explica este francés por adopción, que se enamoró de niño de la lengua de Balzac y Baudelaire, y de la cultura de la "liberté, égalité, fraternité".
"Estoy convencido de que hago siempre una misma obra, que cada vez se articula distinto", asegura sobre su trabajo, y enumera sus temas recurrentes: el amor, la muerte y la violencia.
Homosexual declarado, católico practicante en proceso de conversión al judaísmo, interesado por las parafilias y proclive a reírse de sí mismo, Blanco plantea excesos, tabúes y mitos.
"El teatro es como un espejo oscuro donde vamos a ver no solamente las partes más bellas sino las más inquietantes de los seres humanos", afirma.
No teme que ese regodeo con lo escabroso genere rechazo y está convencido del efecto catártico del arte.
"Me gusta que se pueda ir pasando por distintos estados, pero que siempre haya una luz", apunta sobre la "montaña rusa" de emociones que busca provocar.
- "Sanar a la gente" -
Nieto del famoso musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán (1913-1966), cuyo archivo acaba de ser incluido en el programa de la Unesco "Memoria del mundo", Blanco tampoco teme que la erudición que destila aleje al espectador.
"La cita siempre amplía el horizonte", sostiene, tras aludir a Allan Poe, Borges y Dostoievski, entre referencias a Caravaggio, Picasso o el Barroco.
Para él, el teatro no es una experiencia masiva, como un concierto o un partido de fútbol.
"Tiene que ser elitista, en el sentido de ser poquitos, pero tenemos que crear las condiciones de manera que todo el mundo pueda acceder. Y no a todo el mundo le tiene que gustar", advierte.
Tajante, asocia lo cinematográfico con los totalitarismos del siglo XX y con una valoración de la imagen y no de la mirada, propia del siglo XXI.
"El teatro es el juego de las miradas. Yo miro y me miran. En el cine miramos, pero nadie nos mira", enfatiza.
Abraza, sin embargo, las nuevas tecnologías, incluida la inteligencia artificial, y subraya la necesidad de adaptarse a los cambios en la forma de ver.
"Tengo que poder contar una historia al ojo de una persona de 17 a 30 años. Hoy ese ojo está en una licuadora, ha estallado. Estamos en percepciones múltiples", dice.
Como sus maestros menciona a Umberto Eco, Julia Kristeva, Antonio "Taco" Larreta, Atahualpa del Cioppo, Nelly Goitiño y Aderbal Freire Filho.
También se dice admirador de la teología de Benedicto XVI, y aspira a emular el poder de la palabra en la liturgia cristiana.
"Mi trabajo como dramaturgo es encontrar esa palabra que puede sanarme a mí y puede sanar a la gente", asevera.
F.Coineagan --NG