Cuatro lecciones ambientales de los indígenas de la Sierra Nevada de Colombia
"Guardianes" del sistema montañoso costero más alto del mundo, los indígenas arhuacos viven desde hace siglos en "armonía" con la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia.
Desde el poblado amurallado de Nabusímake, sus líderes políticos y espirituales compartieron con la AFP algunas enseñanzas para cuidar el planeta en medio del calentamiento global provocado por la actividad humana.
1. Conectarse con la tierra
Desde el siglo III indígenas habitan esta montaña sagrada en una estrecha relación con la naturaleza: escalan los cerros para buscar la paja con la que techan sus casas de barro, crían y esquilan ovejas para realizar sus tejidos tradicionales y mantienen pequeñas huertas para cultivar sus propios alimentos.
Aunque es un estilo de vida difícil de replicar en las grandes ciudades, el mundo sería otro si siguiera al pie de la letra esta máxima, sostiene Leonor Zalabata, primera indígena en representar a Colombia en Naciones Unidas.
"La humanidad tiene que ser humanidad al pie de la naturaleza. Los dirigentes del mundo tienen que conocer la naturaleza; parece que no la conocen, solamente en la historia y en la academia", reclama Zalabata.
"Hay que pasar ya del discurso a la práctica", agrega la mujer en una visita a su pueblo, antes de regresar a Nueva York.
2. Pensar en colectivo
Reconocido por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad, el "sistema de pensamiento" compartido por los arhuacos y sus pueblos vecinos en la Sierra prioriza lo colectivo.
"Nuestra manera de pensar es que la vida colectiva está en todos los espacios, en la humanidad (...) Sin embargo, la mentalidad que hemos creado es que somos dueños de lo individual y lo individual nos hace abandonar lo colectivo", reprocha Zalabata al pensamiento occidental.
Mientras teje en su jardín una de las tradicionales bolsas arhuacas, la líder Seydin Aty Rosado dice sentirse conectada con "todas las mujeres del mundo".
"Hay un solo hombre, una sola mujer. Por eso si le pasa algo a un hombre, esté donde esté, está conectado con todos. Igualmente con las mujeres", explica Rosado, quien se inspira en el trueno y las montañas que la rodean para decorar sus tejidos.
"No estamos solos, ni separados de los otros seres humanos, ni de los animales, ni de nada de lo que existe en la Tierra", enfatiza.
3. Respetar la vida
La embajadora Zalabata no cree que haya "seres inertes".
"No lo son para nosotros. Hacen parte de un colectivo que mantiene un equilibrio de la naturaleza", afirma.
Su hijo, Arukin Torres, cita algunos ejemplos: "Los lugares donde hay bosques, donde hay agua, los ríos y los nevados, son para nosotros sagrados. Espacios de vida que debemos conservar para garantizar el futuro de nuestros hijos".
Para la embajadora, incluso los minerales merecen consideración: "Una piedra conserva el clima, conserva el ambiente de un lugar y debe ser sagrado respetarle a cada piedra su lugar", sostiene.
4. Buscar un balance
No es extraño encontrar un teléfono celular dentro de la bolsa tejida de un arhuaco.
A pesar de conservar su vestimenta típica, creencias ancestrales y la costumbre de mascar hojas de coca, estos indígenas no se cierran al mundo occidental.
Usan relojes y tienen energía eléctrica en sus chozas comunales con paneles solares. Aprenden español desde niños y algunas familias envían a sus hijos a estudiar a universidades públicas en ciudades vecinas.
Los habitantes de la Sierra apuestan por un balance entre elementos opuestos.
"Para nuestra cosmovisión la creación del mundo se dio mediante la construcción entre el frío y el calor, el invierno y el verano. Pensamos y creemos que la vida es posible, siempre y cuando haya un equilibrio. Si hay desequilibrio ahí, entonces ya no es posible la vida", dice Torres.
"Por eso nuestra insistencia en que no podemos alterar más el medio ambiente", agrega.
C.Queeney--NG